Ahora que Steven vive en su propio apartamento de
Denver es normal que quiera invitar a su hermana y cuñado a una cena, aunque no
tenga ni idea de cómo hacer ni un plato de spaghetti.
Imagino que tener cocinera
y doncellas para servirte toda la vida llevan a eso, y como Steven sabe mucho
de poesía y música clásica pero nada de cocina tiene que confiar en las manos
de Fallon para que salve la situación. Pero cuando mete el dedo en la cacerola
y ella se mancha la blusa debe ir a cambiarse… ¿Y qué piensa Fallon cuando ve
un negligé de mujer en el armario de su hermano? ¿Qué piensa en cambiarse de
sexo? No, aunque por entonces, y sobre
todo en la televisión, ser gay era ser afeminado o sentirse mujer (¿Verdad
Billy Crystal?).
¿Tendré que llamarle Stephanie a partir de ahora?
Pues no, porque la chica es lista y muy avanzada a su tiempo, así que se huele que su hermano ha cambiado de
gustos y se está acostando con una mujer, así que le anima a decírselo a Blake
para que se terminen todos sus problemas de aceptación y le quiera. Pero Steven
no quiere eso, no quiere que su padre le quiera porque ha decidido hacer caso
de sus consejos de homofobo, sobre todo cuando cierto acosador examante está a
la vuelta de la esquina… y Steven no está muy seguro de que no quiera que pase
la noche en su apartamento.
¡Blake va fatal de "cash", hasta le cobra
las apuestas que gana al mayordomo!
¡Verás que pronto se le borra esa sonrisita al jefe!
Blake sigue con cara de pocos amigos, las cosas no
van nada bien y encima el chofer se permite interrumpir su minuto de meditación
al pie de un pino para calentarle un poco más. Al ver que casi no quedan
rastros de la paliza que le dieron, Blake no se corta y le dice que el que se
ocupó no se ganó el precio de lo que le pagó. Pero Michael solo sonríe, y para
que su jefe vea que no es rencoroso le cuenta uno de sus secretitos de gratis… Le
cuenta todo lo que sabe sobre el maldito collar de esmeraldas. Un marido normal
que se entera de que su esposa ha empeñado una joya valiosa para dejarle el
dinero al hombre que fue su amante, se enfadaría y se lo cuestionaría a ella
cara a cara, pero Blake Carrington no. Prefiere jugar al gato y al ratón con
Krystle, y tras darle un par de ocasiones para que se lo confiese sin decirle
que lo sabe, le pide dos cosas: que se ocupe de la fiesta de cumpleaños de su “querido
amigo” Cecil y que se ponga el collar de esmeraldas por última vez para esa celebración…
porque van a venderlo para pagar las deudas. ¡La cara que se le queda a Krystle
lo dice todo!
Aquí empieza a oler a caquita...
Pero Blake y Krystle no son los únicos que tienen
problemas matrimoniales. Jeff y Fallon plantan cara a los suyos mientras se
preparan para la fiesta de cumpleaños de Cecil… Y eso que Jeff estaba de lo más
cariñoso y quería quedarse con Fallon en la cama, pero ella prefiere cantar el
cumpleaños feliz que tener sexo con su marido. Jeff se da cuenta de que nunca le ha
querido y le exige que le diga porque se casó con él. Fallon echa mano de su
ironía, pero no le sirve, y cuando Jeff se pone violento y le tira de la peluca
decide escupirle toda la verdad.
Fallon solo cambia una fiesta por un jugador de rugby
Como ya sabemos que los ricos no pueden ir al
restaurante de la esquina y siempre tienen que coger el avión privado del mismo
modo que los demás llamaríamos a un taxi, durante el vuelo Cecil les presenta a
su nueva novia a los presentes. Muy guapa hasta que abre la boca para hacerle
una pregunta curiosona a Blake:
"¿Cuantas millas hace este avión con 10 litros de gasolina?"
Nadie diría que la cena es una celebración, porque
Blake, Krystle, Fallon, Cecil, Andrew y su mujer tienen unas caras que son un
poema. Los únicos que se lo pasan bien son Jeff y la novia de Cecil, que acaban
borrachos y bailando. Jeff se había aguantado las ganas de guerra hasta el brindis
de Blake, momento que aprovecha para para decirles de todo menos bonito a los
invitados. Solo se libra Krystle, de la que se apiada por haberse metido en
semejante jauría de hienas. Krystle, que no ha podido dejar de pensar en el
collar toda la noche, sale del restaurante. Allí Fallon le dice que lo sabe
todo, pero por una vez no va a decir nada…
¿No había otro sitio mejor para tomar el aire
que el cuarto de las basuras?
Durmiendo la mona...
Y es que Fallon quiere ayudar a Krystle, porque como
dice, en el fondo es una romántica y cree en el amor puro y verdadero… pero no
el de Krystle y Blake, en el de Krystle y Matthew, así que al día siguiente
recoge con la limusina a Matthew y tras explicarle el problemón que tiene por
culpa del collar, le sugiere que la arranque de los brazos de su padre y se la
lleve lo más lejos posible de Denver.
"Fallon, eres menos convincente que
una serpiente ofreciendome tabaco"
Matthew se cita con Krystle en un bar de carretera,
pero los planes de Fallon no salen como ella quería y solo quiere verla para
devolverle el dinero que le prestó, devolviéndole la sonrisa a Krystle que por
fín podrá recuperar el collar autentico.
¡Otra vez no! ¡Que pelma eres Ted!
Como decía al principio, el ex novio acosador de
Steven aparece de nuevo por Denver, concretamente en la puerta de la refinería donde
trabaja Steven… ¡Y sabe que vive solo en su propio apartamento! ¿Se puede ser
más patético? A ver, Ted, que vives en Nueva York a comienzos de los años 80
¿No te puedes buscar otro novio allí? ¿Tienes que venir a Denver cada dos
semanas para arrastrarte a los pies de tu ex para ver si vuelve a tu lado? Lo
curioso es que esta vez le funciona. ¿Será la música? ¿Será el juego de
adivinanzas? ¿O la lluvia de Denver que es una pura maravilla como la de
Sevilla? El caso es que Steven, que no tenía nada clara su nueva
heterosexualidad, acepta que Ted pase la noche con él.
¿Qué será lo que tiene Ted que Steven vuelve a caer en sus brazos?
Finalmente, y a pesar de la tormenta que cae,
Krystle va a ver al joyero para recuperar de una vez el maldito collar, pero
resulta imposible. Porque ya se lo ha vendido a un caballero sudamericano
pensando que nunca volvería a por él.
¡¿Y ahora que Krystle?! ¡Coge el dinero y corre!...